jueves, 11 de agosto de 2011

Viaje a Finlandia: El primer paso.


Porque no sabría cómo expresarlo, voy a describir los hechos de forma cronológica, como la subjetividad de mi comprensión haya procesado los sucesos.
Entonces en éste juego telepático que es la narración en prosa nos vamos a remontar juntos algunos días hasta el último viernes cinco de agosto.
Estaban todos ahí, bueno, casi todos. Mucha gente que para mí era muy importante, a la otra gente importante ya la había saludado.
Era evidente la emoción provocada por el desconcierto de no saber cuándo sería la próxima vez que pudiera abrazarlos, compartir una broma o una charla cara a cara con esos seres humanos que a través de mi vida habían estado directa o indirectamente realizando actos que en su consecuencia terminarían por formar esta persona que soy yo ahora, y es por eso que les debo tanto, porque de no ser por ellos yo hoy no sería quién soy.
Muchas lágrimas rodaban por tantas mejillas y señales de amor teledirigidas hacia mi corazón lo rebalsaban de agradecimiento, porque a veces es importante para un hombre saber que no esta tan sólo y que nunca caerá porque siempre habrá alguien que le sostenga la mano.
Me encantaría explayarme en palabras de agradecimiento hacia esas personas, pero hay sentimientos que, lamentablemente,  la literatura, ni en Shakespeare ni en Neruda pudo expresar.
Subí al colectivo alrededor de la una menos cinco de la madrugada del sábado. Con un nudo en la garganta, mucha impotencia y miedo. Ahora estaba por mi cuenta, con tanta gente del otro lado del vidrio dispuesta a estirarse lo inimaginable para tenderme una mano, pero yo por voluntad propia y un arrojo de insensatez me largaba sólo, a recorrer nuevos caminos, sin el calor acobijante de esos seres queridos pero buscando una vida que me endureciera paso a paso, y quizás sea tan estúpido como saltar de con un paracaídas sólo por diversión, pero cuando quiero algo, lo busco y lo tomo.
Me obligué a dormir lo antes posible. Así lo hice y desperté sólo a las nueve de la mañana cuando ya estábamos entrando el Conurbano bonaerense. Dos tercios de hora después estaba esperando mi mochila (A la que por cierto apodé “La Flaca” mientras a presión intentaba colocarle toda la ropa posible y ella no quería ensancharse para darme con el gusto, cuando la puse en la balanza para ver si llegaba a los 25Kg, ella orgullosa me demostró que su dieta había dado frutos y sólo pesaba 18Kg).
Con La Flaca y la mochila de Rosita, un bolsito con libros y papeles y una bolsa con un cuadro, haciendo malabares crucé toda la terminal hasta la parada de taxis, mi idea era sólo consultar cuánto salía un taxi hasta el hostel, pero cada vez más decidido a tomar uno, sería imposible caminar treinta cuadras con tanto equipaje. Diecisiete pesos y diez minutos más tarde estaba en la puerta del hostel, quién me había llevado, era un sanjuanino con una gran historia que por desgracia no pude retener ya que mi cabeza estaba repartida de antemano en otros cuantos menesteres.
LimeHouse, el hostel que ya siento como mi “hogar” en Buenos Aires después de repetidas estadías. Ésta vez me recibió un gallego muy parecido a David Villa y me mandó, sin consultarme, a la más barata, la de doce personas por cuarenta pesos. Por mí estuvo muy bien económicamente, luego me daría cuenta de que era imposible estar en la habitación ya que siempre había alguien durmiendo, a toda hora.
Dejé inmediatamente mis cosas y salí a caminar, necesitaba despejarme. Tengo algo particular con la Plaza de Mayo, ella siempre me recibe bien y yo siempre le doy prioridad. Allí dirigí mis pasos, no sin antes detenerme unos minutos en la librería El Túnel, con la cual mantengo una relación de admiración absoluta, de ese tipo de admiraciones que se les tiene a los viejos sabios, que siempre tienen tantas anécdotas e historias que contar y se visten en escalas de marrones como los lomos de aquellos viejos libros y pisos de madera que te llevan a viajar por el tiempo a medida que los transitas adentrándote en esa cueva en la que tantos personajes y personas se sumergieron buscando ese no sé qué mágico con el que sólo cuentan algunos sitios especiales.
Más tarde llegué a plaza de mayo, dónde caminé bordeándola por la vereda y después en forma transversal hasta que llegué a la Casa Rosada, dónde me llevé una más que grata sorpresa: ¡Las puertas estaban abiertas! ¡Sí, sí! ¡Al público!
Había ido muchas veces antes a la Casa de Gobierno de la Nación pero nunca había visto las puertas abiertas, no dude un segundo (no vaya a ser que me las cierren) y entré, como se dice en la jerga argentina, por la puerta grande.
A los primeros pasos uno se encuentra con un salón lleno de retratos de un tamaño considerable de héroes de la historia latinoamericana, desde Tupac Amarú II hasta Perón y desde Pancho Villa hasta el Che Guevara. Todos con una breve descripción de la persona en cuestión y una placa en la que se indica quién fue el presidente que cedió dicho retrato al Salón de los héroes del Bicentenario. Hasta aquí podría tratarse de cualquier museo elegante. Más allá de unas finísimas columnas o de algunos decorados extravagantes, en general, es un salón común. 
Estaba ya por darme la vuelta para volverme cuando por comentarios de otros turistas descubrí que había una visita guiada gratuita con grupos de veinte personas y me dirigí hacia una larga cola de gente esperando por aquella visita. Realmente no sabía que esperar. Lo que vi después supero mis expectativas.
Un afeminado guía con dientes de castor nos dio la bienvenida y nos explicó que íbamos a hacer un recorrido de una hora, dónde íbamos a recorrer los principales salones.  Comenzamos descendiendo una escalera de mármol hasta el Salón Azul, un lugar con pinturas de artistas reconocidos, dónde yo solo reconocí a Quinquela Martín.  Aquí ya se preveía la elegancia en los muebles, los sillones, las paredes pintadas de un azul opaco y cortinas blancas de tela de seda gruesa con acabados dorados.
Volvimos por la misma escalera y comenzamos a subir otra que daba vueltas en espiral alrededor de un ascensor de cristal que se manejaba desde una pantalla táctil de catorce pulgadas similar a las de los cajeros automáticos pero sin toda la máquina.
Arriba fuimos al Salón Martín Fierro, dónde hay distintas pinturas sobre dicha Obra. Sinceramente me pareció el salón más vacío del recorrido, no había nada para destacar, no era más que una habitación con paredes blancas y piso de parqué y las pinturas eran más bien malas.
En frente nos encontramos con el Salón Mujeres Argentinas, desde el cuál estamos acostumbrados a ver a nuestra Presidenta dando distintos anuncios por cadena nacional. Allí se pueden observar distintos retratos de destacadas mujeres argentinas, desde Mercedes Sosa hasta Eva Perón. Y el lugar es claramente un salón de conferencias, con una grada de sillas negras que lo rellenan y un atril con el escudo de la Presidencia de la Nación y al costado una mesa con cinco sillas entre las que se destaca un sillón un poco más grande en el medio, el cual es acolchado y con el escudo de Argentina calado en la cabecera.
Bordeándolo nos dirigimos hacia una puerta que daba a un estrecho pasillo, por la cual nos dijeron que entra la Presidenta a dar sus conferencias, siguiendo aquel pasillo se llega a un lujoso escritorio en un pequeño salón de paredes blancas y pisos de parqué, con una banda de ribetes dorados y cortinas azules y blancas. Es el escritorio de la Secretaría presidencial. Cruzando este escritorio se llega a una esquina dónde hay otro escritorio, dónde está el Secretario de Seguridad y doblando hacia la izquierda, atravesando una enorme puerta de madera gruesa se ingresa al Despacho Presidencial.
Una habitación más larga que ancha, con una mesa de madera al medio para albergar alrededor de 12 personas y al final un escritorio, del cual de más está describir los lujos. Enormes y ribeteados armarios y estanterías a ambos costados, llenos de libros y fotos caseras de la familia de la Presidenta. Un enorme cuadro de Manuel Belgrano en la entrada, sí, el clásico cuadro de la figurita de Billiken, dónde está el sentado con las piernas cruzadas y una mano encima de las piernas. La del billete, sí, ése cuadro, el original. Sobre el escritorio también se encontraban fotos de la familia Kirchner y una pila importante de libros que al parecer nuestra Presidenta estuvo leyendo recientemente. 
Saliendo por donde entramos nos dirigimos al Salón de los Científicos Argentinos, dónde se destacan cuadros de los ganadores de Premios Nobel y también un escritorio pequeño que solía usar Evita Perón. Es negro y sin lujos, más bien una baratija que da la sensación de romperse a penas uno lo toque. Muestras de humildad si las hay.
Cruzando ése salón salimos al balcón, aquel mítico balcón dónde estuvo Eva, Madonna, Ricky Martin, Maradona, entre tantos otros. Entendí estando ahí por qué Perón lo utilizaba. Es majestuosa la vista de la plaza de mayo y el Cabildo de fondo, me lo imagine lleno de descamisados con banderas argentinas y no encontré mayor simbolismo de libertad en las referencias de mi memoria. Una sensación única que espero no olvidar jamás.
El resto de mi día en Buenos Aires transcurrió sin muchos sobresaltos, algunas vueltas por el centro buscando un regalo para la mamá de Rosita y un tostado en un café intentado hacer andar el internet de mi computadora, que parece enojarse cada vez que la saco de Córdoba y comienza con sus problemas.
A media tarde volví al hostel y muy agradecido de haber encontrado la sala de televisión vacía me puse a ver el partido de Belgrano con All Boys. En eso estaba cuando entra un chico a la sala y se sienta en el sillón de al lado. El partido estaba muy aburrido, no pasaba nada y al entretiempo estaba rogando que al chico éste no se le ocurra cambiar de canal porque íbamos a tener problemas. En un español con mucho acento me pregunto algo, no recuerdo qué, y comenzamos a charlar, su nombre era Chris, venía de Birmingham, Inglaterra, y estudiaba en la universidad de Lancaster. Había hecho un año de boxeo por lo que tuvimos un tema de conversación que se fue por las ramas y comenzó el segundo tiempo. Con un ojo en el partido y el otro en la conversación me perdí el gol de Pereyra, lo cual no lamenté tanto cuando nos empataron cinco minutos mas tarde.
Chris trajo una bolsa de maní con vinagre, una mezcla bastante extraña que según me comentó es muy popular en Inglaterra. A mi juicio debo decir que me parecieron exquisitos. Maní viene, maní va, terminamos en la barra del hostel con una cerveza, y se sumaron unas amigas de Chris, unas chilenas, madre e hija, más tarde se sumó un australiano y cada persona que entraba a la conversación era una cerveza nueva que giraba. Así pasaron las horas. Encontramos un hombre sólo que parecía estar tirado en un sillón renovando su cerveza constantemente desde los albores de la humanidad. Lo invitamos a unirse y rápidamente nos dimos cuenta que el señor no estaba para nada en sus cabales.
Hablaba cosas incoherentes y sin previo aviso ni razón aparente, se ponía a bailar sólo. Entre burlas al borracho inglés al que habíamos apodado “Tata” y unas pizzas de Ugi’s se nos pasó el reloj hasta bien entrada la medianoche al otro día cada uno seguiría su camino, Chris a Tucumán, las chilenas a Santiago y el australiano creo que se quedaba en Buenos Aires. Un encuentro ocasional de visitantes transeúntes que originó esa magia efímera de los que viven el momento.
Más temprano ése día había llamado a la empresa de colectivos Tienda León, me cobraban cinco pesos más por irme a buscar al hostel y llevarme hasta Ezeiza cincuenta y cinco pesos en total, nada mal si tenemos en cuenta que el taxi sale ciento cincuenta.
El check-in y los demás trámites en el aeropuerto transcurrieron con total normalidad, todo a tiempo y sin problemas, en éste punto se puede destacar que no me dejaron subir las dos mochilas que pensaba llevar por lo que tuve que cargar con la mochila y el bolsito durante todo el viaje, incluido el transbordo.
Una vez dentro del avión, pasando la clase Premium y la primera clase, me encontré con mi asiento, 20e. Una fila de al menos quince personas tuvieron que esperar a que peleara contra el portaequipaje hasta hacerle entender que debería aceptar mi mochilota y mi bolsito a como de lugar. Después de un par de piñas y empujones terminó por entender.
Era una fila de tres asientos y el mío era el de la ventana después de que me senté y me acomodé (en forma figurativa) e inmediatamente se sentó en el asiento que daba al pasillo, una mujer inglesa de muy pocas formas y aspecto por demás desagradable. De no haber estado encima de un avión de mil quinientos dólares el pasaje hubiera creído que era una mujer de la calle.
Con muy poco espacio para las piernas y un asiento que se reclinaba no más de diez grados con una chica atrás que me pateaba cada vez que lo hacía. No se presagiaba un buen viaje.
Comenzó a hablar alguien, estoy casi seguro de que no se trataba del capitán porque tenía un lenguaje muy informal y nos comentó sobre el sistema de entretenimiento del avión y en frente de mí, en la parte trasera del respaldar delantero, apareció una pantalla.
El sistema de entretenimiento de British Airways se basa en una pantalla táctil con la cual es posible seleccionar entre distintas formas de entretenimiento, entre las que se pueden destacar películas, series, música y un mapa del viaje dónde se muestra en tres dimensiones el recorrido que se va realizando en un mapa de escalas regulables.
Te proporcionan también una bolsita con auriculares, de esos grandes que te tapan la oreja por completo, cual DJ se tratara y un cepillo de dientes descartable con dentífrico.
Un despegue tranquilo y empecé con las películas. Hanna (Muy recomendable), Just go with it (Mala), Thor (Mas o menos), Arthur (Mas o menos) y quizás alguna más que no recuerde, aquí me di cuenta del, probablemente, punto más bajo de éste sistema y es que sólo están en ingles las películas, tratándose de un sistema tan avanzado podrían haber encontrado la forma de incorporar subtítulos opcionales para la gente que no habla inglés.
Después de un capítulo de The Big Bang Theory y un par de discos de The Beatles, llegamos a Londres. Definitivamente se me pasó el viaje sin dormir nada. Entre una de las opciones del sistema de entretenimiento interactivo de British Airways hay un par de vídeos dónde se explica cómo moverse en el aeropuerto Heathrow dependiendo de los intereses del pasajero, en mi caso debería seguir los carteles violetas hasta una conexión con la Terminal 3, ya que yo arribaría a la Terminal 5. Así cuando me bajé del avión caminé unos metros hasta una escalera mecánica que daba a lo que parecía una pequeña estación de subte. Ahí tome éste pequeño subte que me llevó hasta una puerta dónde debería esperar por el colectivo que me llevaría hasta la Terminal 3. Y así fue. A diez minutos de aquella puerta me estaba bajando en mi terminal de destino, entre y después de dar unas vueltas en unos pasillos bien anchos aparecí en un gran shopping con McDonald’s, Starbucks y distintas tiendas de electrodomésticos y demás. Ésa era la terminal de mi vuelo.
Había escuchado cuando iba al Saint Patrick en Bariloche, que Londres era una ciudad dónde era más fácil encontrar a un inmigrante que a un londinense, que era la cuna de la diversidad cultural. Nada más acertado, y sé muy bien que no era porque estaba en un aeropuerto, que había tanta diversidad, sino que es producto del altísimo índice de inmigración. Musulmanes, judíos y budistas, negros muy negros, blancos muy blancos y distintas escalas de grises, árabes y latinos, todos se mezclaban en el aeropuerto con total normalidad y en una clara demostración de respeto pluricultural.
Necesitaba confirmarle a Rosita el horario de llegada, pero como a mi computadora no le andaba el internet debía encontrar un cyber. Sí, debía encontrar un cyber en el aeropuerto de Heathrow.
No encontré un cyber, pero sí encontré unas computadoras en el medio de una sala de espera, las cuales, colocándoles monedas de una libra, te dejaban conectarte a internet por diez minutos. No me pareció un trato justo, pero no me encontraba en posición de negociar por lo que tuve que cambiar mis euros y aceptar la propuesta. Encontré a Rosita conectada y le avisé que a las tres de la tarde (hora Finlandia) llegaría al aeropuerto de Helsinki.
A las diez menos veinte de Londres me dirigí a la puerta dónde estaba embarcando mi vuelo y me subí al avión, que a pesar de ser un tercio de lo que era el primero, tenía unos portaequipaje mucho más grandes y pude colocar mis cosas sin problema. Lo incómodo de éste avión de Finnair fue definitivamente sus asientos, o quizás era que yo estaba demasiado cansado. De todas formas dormí dos horas y cuando desperté ya estaba descendiendo hacia Helsinki.
Con toda la ansiedad que uno puede imaginar recogí mi equipaje de “mano” y comencé a seguir a la masa. Lo malo del aeropuerto de Helsinki es que falta señalización. Lo bueno, es que cuando preguntas son todos muy amables para responder.
Llegué así a la cola de migración. Una cola de una hora con mi equipaje de “mano” destrozándome la columna y un millón de chinos taladrándome los oídos con su idioma agresivo por demás.
Llegó mi turno y con mi mejor sonrisa compradora me paré al frente de un policía muy parecido a Jean Claude Van Damme que me miró con cara de Moussolini enojado y me pidió el pasaporte.
-¿Motivo de tu visita? –Preguntó sin levantar la vista de mi pasaporte.
-Vacaciones.
-¿Cuántos días pensás estar en Finlandia?
-Emmm… ochenta y cinco. –Respondí sin estar muy seguro de que Van Damme pudiera tomar mi comentario de buena manera.
-¡Ochenta y cinco! ¡¿De vacaciones?! –Se alarmó a la vez que ojeaba mi pasaporte y encontró en la sección de los sellos, la estampa que me habían puesto en España, la cual tiene marcado que no había podido cruzar la frontera en aquella ocasión y agregó. -¿Tuviste problemas en España?
-Cuando fui a Madrid hace un año, me pidieron la carta de invitación y no sabía que debía llevarla, ahora sí la tengo si la necesitás.
-Sí por favor y tu pasaje de vuelta.
Saqué ambas cosas y se las entregué por detrás de la ventanilla blindada, la leyó una y otra vez y me miró con expresión irónica.
-Entonces, ¿Por qué estás en Finlandia? ¿Tu carta dice que tenés pedido el permiso de estadía?
-Claro. –Le respondí con seguridad.- Tengo pedido el permiso de estadía, pero hasta entonces estoy de vacaciones. –Me tiré a la pileta y no me fijé si había agua.
-¿Sabés que no podés trabajar en Finlandia? –Me dijo muy serio, hasta creí que atravesaría el vidrio para golpearme por una respuesta tan estúpida.
-Claro que sí, de hecho por eso está pedido el permiso de estadía.
Sin mediar ninguna palabra más firmo mi pasaporte y me devolvió todos mis papeles. Rápidamente los metí en mi bolsito con miedo a que se arrepintiera y así entre a Finlandia, esperaba una palabra de bienvenida o algo más cálido, pero eso llegaría después.
Saliendo del control caminé unos metros y bajé una escalera mecánica hasta las cintas dónde estaba esperándome mi querida Flaca. Busqué un carrito para poner todo el equipaje encima y por primera vez caminaba tranquilo. Encontré rápidamente la salida y con caras de cansadas me esperaban Amanda, Rosa y Lea en la sala de espera.

No voy a reparar en intentar explicar los sentimientos que me abatían en ése momento porque podría gastar muchas páginas y lapiceras y seguiría siendo en vano. Abracé muy fuerte a Rosa y un segundo o una hora se fundieron en una medida de tiempo que Einstein hubiera considerado interminable. Saludé al resto de la familia y no sabía más cómo reaccionar, estaba completamente en shock. El padre filmaba y sacaba fotos, también recuerdo que los salude a todos con un abrazo bastante raro porque sabía muy bien que no es parte de su cultura el hecho de dar abrazos. En mi memoria ese momento se encuentra en la sección de sueños, y como tal es muy difuso y con baches.
Nos dirigimos hacia el estacionamiento dónde encontramos el auto de la familia y Jarmo me ayudó con las mochilas en baúl. Me senté en el asiento trasero con Amanda y Rosa y recuerdo haber hablado mucho, pero no podría decir de qué. Estaba anonadado con los bosques que se alzaban a los costados. La ruta era típicamente europea, sin baches, ancha y con señalizaciones por doquier.
Cuando nos acercábamos a la ciudad (el aeropuerto está bastante alejado) me contaron que por ahí cerca estaba Linnanmäki, un parque de diversiones que es mundialmente famoso por su montaña rusa hecha de madera, la cual mantienen en constante uso desde hace cincuenta años.
Entonces nos acercamos para admirarla desde afuera y fue un buen momento para tomar aire y poner los pies en la tierra (figurativa y literalmente).

Luego nos adentramos a una zona con bosques más espesos dónde me señalaron el cartel del barrio Jollas, sorprendentemente el lugar con más bosques era un barrio y era el barrio dónde yo iba a ir a parar.  Me llamó poderosamente la atención aquel hecho de que las casas estén distanciadas una de la otra y con bosque de por medio, con jardines eternamente arreglados y el verde como color predominante del paisaje en general.  Más adelante apareció a nuestra izquierda el mar con un enorme puerto de veleros en una  bahía. Unos minutos después estábamos en frente de una imponente casa de color blanco, con un hermoso jardín y techos a dos aguas. 
Entramos el auto y Jarmo me ayudó a bajar las cosas, las chicas entraron primero y yo venía detrás con la mochila y el bolsito de mano haciendo equilibrio. En la entrada había dos puertas y recuerdo haberme sentido mareado por los nervios, cuando de repente el mundo se paró a mi alrededor. Recuerdo a todos mirándome callados sin decir una palabra y con cara de despavoridos, y también me acuerdo de mi pensamiento en ese momento “¡¿Qué habré roto?!” los miraba a todos sin entender hasta que luego todos dijeron algo en finlandés que no entendí y entre el bullicio destaqué el español de Rosita gritándome “¡Las zapatillas! ¡Sacáte las zapatillas!” cuando bajé la vista me encontré con el pequeño detalle de que todos estaban descalzos y habían dejado sus zapatillas en la primera entrada. Con mucha vergüenza me quite las zapatillas y me dirigí hacia la habitación que me habían señalado, a la cual le faltaba la cama. Era la habitación de Rosa y me contaron que al día siguiente llegaría una cama doble para los dos, una grata sorpresa teniendo en cuenta que venía mentalmente preparado para dormir en el suelo.
Luego de tirar las mochilas me mostraron la casa. A la derecha de la entrada se encuentra la habitación de Rosa y enfrente la de Amanda. Entre medio hay un baño que sólo tiene pileta e inodoro y del otro lado de la habitación de Amanda está el lavatorio al cual inmediatamente le sigue una especie de baño, dónde hay otra pileta y una ducha y también está ahí la entrada al sauna.  En frente de eso hay una especie de estudio con un televisor y un sillón y al lado están las escaleras que llevan al living, al comedor y la cocina divididos por un desayunador. Del otro lado se encuentra la habitación de los padres y otro baño con ducha e inodoro. También tiene una puerta al patio trasero que se encuentra como en medio de una colinita de un verde muy fuerte, lleno de enanos de jardín, enredaderas y arbustos en distintos tonos del mismo color radiante. Por un costado hay una escalerita de madera encastrada en la tierra que lleva a un patio común con el resto de las casas y a otro caminito entre el bosque que se adentra más en el mismo.

Después de la recorrida decidí tomar una ducha y al salir me esperaban con una cena finlandesa. Una canasta con distintos tipos de panes (mucha variedad, en su mayoría negros), distintos jugos y leche. Distintos jamones y queso. Pizza y karrjalanpirka (Una especie de tarta de arroz muy sabrosa que se come con margarina, queso y jamón). Un plato con distintas frutas y otro con distintas verduras. Una mesa rebosante de colores y comidas con toda clase de nutrientes necesarios, que bien podría haber sido diseñada por algún nutricionista.
Más tarde estábamos muy cansados todos y sólo fuimos a dormir. Yo sin saber muy bien si era parte de la realidad terminaba así mi primer día en Finlandia.
A la mierda los post cortos!


Maxi "Pampa" Fernández

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