jueves, 25 de agosto de 2011

Asia.


La lluvia golpeaba fuertemente contra el enorme ventanal. La penumbra reinaba esa noche sobre el salón principal del antiguo apartamento. Románticas columnas con ribetes griegos y rústicos muebles de madera barnizada se antojaban espectrales ante el resplandor fugaz de los relámpagos.
Lejos, en el pasillo se observaba un haz de luz que se colaba por el marco de una puerta entrecerrada, detrás se encontraba Asia.
Una enorme cama matrimonial estilo medieval, de madera de roble con acabados en cobre y cortinas de seda china, era la estrella principal de la enorme habitación, debajo de ésta, se extendía una interminable alfombra de bordados alemanes que inundaba gran parte del suelo y llegaba hasta unos tacones de aguja de veinte centímetros que servían de base al par de zapatos de piel de serpiente traídos especialmente de Brasil para ésta noche, sería una ocasión especial. 
Encima de los tacos y a través de una media de seda fina de la India se divisaban unas esculpidas piernas morenas, que, con endereza se erguían sensuales y se dejaban seguir por el camino ondulado de la pantorrilla hasta las rodillas, donde comenzaba el vestido con una cola en punta, de color rojo, hecho a medida con tela de cachemira paquistaní que marcaba perfectamente una figura femenina de curvas rebosantes y una cintura fina de pasarela. El arrojo de picardía entre tanta elegancia se dejaba ver en las cintas de alpaca argentina que adornaban un escote por demás insinuante y un tajo que iba desde la cintura hasta el infinito. 
El camino que marcaba una pequeña gema de Sierra Leona seguía a través de una cadena de oro que en contraste con la piel morocha eran la guía ideal hasta las líneas de la quijada, perfectamente delineadas daban forma a un  perfil fino y atrevido a la vez. Ojos marrones claros, en forma de avellana centelleaban entre la suave piel oscura y se mostraban inocentes ante los carnosos labios que Asia acababa de colorear de rojo bordó, salvaje y aniñada en su expresión. Más temprano había alisado su pelo y ahora se veía el doble de largo, llegando sugestivamente hasta su cintura. 
De pequeña siempre supo lo que quiso, y estaba segura de que contaba con las herramientas para lograrlo. Sabía lo que provocaba en los hombres y había usado la fogosidad de su voluptuoso cuerpo, junto a su ingenio para llegar a dónde hoy estaba. Había atravesado medio mundo. Ahora se encontraba tan cerca que podía sentirlo, tenía a su alrededor la gloria y la fama. Vivía con ello, convivía con ello. El glamour era ahora algo cotidiano y por fin podía sentir que tocaba el cielo. Con sus delicadas manos tomó el Chanel n°5 y lo espolvoreó sobre su cuello. En frente, el espejo le devolvía la imagen de la mujer que siempre quiso ser, segura, exitosa, sensual y glamorosa. Unos lentes Dolce & Gabanna y una mueca al espejo. Media vuelta de cadera y comenzó a desfilar sola, en la habitación disfrutando el éxito.
Un golpe estruendoso inundó el departamento. Pasos apresurados se acercaban a la habitación y Asia se puso nerviosa, tan nerviosa que no pudo reaccionar y se quedo inmóvil, con los brazos y las piernas entumecidos, sin poder gesticular acción.
Rápidamente la puerta se abrió con violencia de un golpe y del otro lado había un hombre, con pelo largo, enrulado y dorado. Ojos celestes muy profundos y rasgos hermosos y finos. Una altura que llegaba casi al nivel de la puerta. Vestía un saco de cuero negro y unos jeans gastados. Botas tejanas y llevaba un aro de argolla en la oreja izquierda.
-¡Asia! ¿¡Cuántas veces te dije que no me tocaras mi ropa?! – Gritó enojado, como poseído ante la atónita mirada de la joven. –¡Te pago para que limpies! ¡La casa está llena de polvo y la señorita aquí jugando ser una persona! ¡Pero qué digo! ¡Ni una persona! ¡Eres un animal negra de mierda! ¡Te vas a volver a tu país! ¡Por algo naciste allí y ahí es dónde te deberías haber quedado! –El hombre que en su hablar demostraba que estaba ebrio se acercó a grandes zancadas hacia Asia y la golpeó hasta matarla. 
En el suelo la sangre se confundía con el rojo incandescente del vestido y otro sueño se perdía para siempre en manos de la necedad humana.




Maxi "Pampa" Fernández

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