domingo, 14 de agosto de 2011

Conclusiones apresuradas


Entre anchas calles de asfalto parejo e interminables bosques de un verde incandescente voy completando mi primera semana en Helsinki.
En el aire se respira paz y humedad, desde hace días la lluvia no le da respiro a la tierra negra ya convertida en barro de la cual parece querer sacar el máximo provecho posible antes de que llegue el invierno y los abrigados arboles pierdan por completo su follaje.  Se me hace increíble salir a andar en bicicleta por las anchas calles de asfalto parejo y uniforme,  adentrarme en los bosques y recorrer las interminables ramificaciones de caminos hasta que el verde techo de hojas tapa por completo la luz del sol y el viento en la cara avisa que el mar está cerca. Un giro acertado del destino, o la suerte, y el mar se hace visible, con el agua más cristalina que vi jamás, no por limpia, sino porque el efecto espejado pone al mundo patas para arriba y obliga a mirar hacia abajo para observar las nubes jugar con las gaviotas entre patos y veleros.  Otro giro en la red de caminos y la ciclovía se hace presente al costado de la ruta, homogénea, sin desniveles ni baches, con una línea perfectamente marcada en blanco, que en contraste con el gris resalta indicando la división entre peatones y bicicletas. La cinta gris se extiende interminable a lo lejos ondulando y danzando entre el mar y los bosques, en harmonía. En paz.

Y esa es mi postal de Helsinki, es lo que veo, lo que siento, una foto de lo que es ésta ciudad, por ahora, para mí. También está lo otro, la vida diaria.

Pero antes que nada me gustaría dejar en claro que yo voy a escribir sobre el Helsinki que conozco, por los lugares que recorro, por el barrio en el que vivo, por la casa en la cual estoy y por la familia con la que comparto el día a día. No es para nada una visión objetiva ni la verdad absoluta, yo cuento lo que veo.



Es realmente extraño y no me termino de acostumbrar a esto de andar sin zapatillas dentro de la casa, pero he de decir en defensa de quienes lo tienen como cultura mater que es muy cómodo y práctico relajarse un rato en la cama o el sillón sin preocuparse de no pisar con los zapatos en los pies.  Mis días se pasan así, descalzo, intentando entender lo que dicen, y de a poco voy captando algunas palabras. Saliendo a pasear en bici, a pesar de que odio moverme mediante éste vehículo se ha convertido en un placer sin igual el contexto que esto genera con el consecuente sentimiento de libertad e inspiración. Comiendo panes con distintos jamones y margarina. Por cierto para que quede claro, son cuatro comidas: Un desayuno, que puede variar entre un sanguche o una factura gigante y un vaso de leche; Un aperitivo/almuerzo alrededor de las doce que puede ser un sanguche, un pancho o una hamburguesa; Una cena alrededor de las cuatro de la tarde, ésta es la comida principal, la mesa se llena de platitos con jamones, quesos, margarina, mayonesa, pickles, verduras, panes, y la estrella es el plato principal, que puede ser unos tallarines, o una carne con fideos o cualquier comida caliente, importante que se suela servir en Argentina, sólo que los platos son más que generosos, ya que es la única comida grande del día; Y por último, antes de irse a dormir, cerca de las nueve de la noche, un sanguche o un karrjalanpirakka, una tarta de arroz que cumple la función de pan pero mucho más sabrosa. Cabe aclarar que todas las comidas son acompañadas por leche o jugos de frutas exprimidas y siempre después de comer se mastica un chicle, es que en Finlandia a los chicles los hacen con Xylitol, una sustancia muy buena para los dientes, de hecho mi dentífrico finlandés es a base de Xylitol y en la última semana mis dientes mejoraron mucho, y están más blancos que nunca.  A diferencia de Argentina, (y la mayoría de los países del mundo) dónde un niño que empieza a comer chicles es un dolor de cabeza para el dentista, aquí los incentivan desde pequeños a que coman chicles para evitar las caries, irónico ¿No?



Una vez por semana es día de sauna, en la casa de los Kelo es generalmente el sábado, pero éste sábado fuimos al teatro, por lo que mi primera experiencia en el sauna fue el viernes.  Se trata de una sensación muy particular, es de ellos una tradición, de hecho es un invento totalmente finlandés y probablemente el logro finlandés del cual más orgullosos estén, a pesar de liderar tantos rankings en los últimos años. Sin embargo no voy a explayarme como debería en éste tema porque le voy a dedicar un post especial al sauna y no quisiera volverme repetitivo.



Cuando fuimos al teatro el sábado, por primera vez me adentre en el microcentro de Helsinki (otro tema sobre el que me gustaría explayarme más en otro post). Las calles allí son menos anchas que en los suburbios, pero el respeto por las normas de manejo hacen muy ameno el tráfico y casi no se registran embotellamientos. Los edificios son muy antiguos en todos lados y con un estilo europeo característico. En su mayoría tienen una altura similar y una arquitectura tan parecida que se me haría dificultoso, de vivir en uno de ellos, acertarle al correcto a la primera cada vez que quiera ir a mi casa. Se destacan por sobre el resto de las construcciones, la Iglesia Blanca y la Iglesia Rusa, dos de los puntos turísticos más importantes de la ciudad y el epicentro de la zona es el puerto, desde dónde salen barcos pesqueros, cruceros monumentales y barcos de carga constantemente. El hecho de que la ciudad esté construida alrededor de islas hace que el puerto también sea un punto de conexión urbana, de hecho, el teatro al que fuimos estaba en la isla de Suomelinna, hacia la cual hay que tomar un barco de dos o cuatro euros (dependiendo del horario). Me llamó poderosamente la atención el sistema con el que cuentan para abonar estos medios de transporte, tienen una tarjeta a la cual le cargan crédito, pero lo llamativo es que con ésta misma tarjeta pueden pagar los barcos, los troles, los colectivos y los metros. Antes de subir al barco, hay una máquina por donde hay que pasar la tarjeta para que se registre el cobro, sin embargo nadie controla que se pase la tarjeta, ni nadie pide tickets una vez dentro del barco, es todo un control moral, y lo cierto es que se respeta muchísimo.
En general es todo distinto, es una cultura diferente, y con esto no quiero entrar en esa estúpida idolatría que hay en Argentina para la cultura europea, sólo marcar que hay una diferencia de pensamiento, esa diferencia, como todo, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. No se puede negar que da sus frutos tener un obsesivo control sobre la perfección en los detalles, pero por otro lado percibo un amor incondicional hacia un sistema que los tiene atados de pies y manos. Tampoco pretendo sacar conclusiones apresuradas, de momento han sido incansablemente amables conmigo y con el tiempo las conclusiones irán llegando.
















Maxi "Pampa" Fernández

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